martes, 28 de abril de 2015

La tragedia en el Nacional

La jornada más dolorosa del fútbol chileno se vivió hace 60 años. Parecía que la historia se iba a escribir, sin embargo, con otro tono. 
La selección nacional llegaba a la fecha final del Campeonato Sudamericano de 1955 con una opción clara de quedarse con la corona. Por primera vez, como nunca, un equipo chileno tenía la posibilidad de adjudicarse un torneo internacional. 

Las calles de Santiago se sacudían a un ritmo inesperado para la mitad del siglo XX y, en las esquinas, los vendedores de diarios promocionaban su producto aludiendo a tal opción. "Chile, a un paso del título", era el grito que se repetía, toda vez que el cuadro dirigido por Luis Tirado llegaba a la fecha de cierre igualado con Argentina, ambos con cuatro victorias y un empate. 
Por eso, además, había un interés inusitado por la compra de entradas al partido que se disputaría el miércoles 30 de marzo. 
El asunto presentaba, además, muchas complicaciones: era un día laboral y se debía organizar el transporte colectivo y la distribución de los boletas. La Asociación Central de  Fútbol  optó por hacerlo en el mismo escenario y en la misma jornada de la fecha final: el Estadio Nacional, pese a que todo hacía prever que el público llegaría masivamente, pues el certamen comenzó con 32 mil personas en las gradas hasta llegar hasta 55 mil y 45 mil en las reuniones previas al juego contra la Albiceleste. 
Se trataba de una práctica común, en todo caso, lejos de los sistemas actuales de comercialización. La posibilidad adicional era la venta en las sedes de la ACF o de los clubes, la mayoría de ellas ubicadas en el centro de Santiago, con calles y veredas estrechas. Por eso, ante la posibilidad de controlar mejor al público en las explanadas de Grecia y Marathon, la Asociación optó por lo que parecía seguro.
La situación, sin embargo, se volvió algo más compleja en el día señalado, pues cientos de hinchas pasaron la noche en esos lugares para poder comprar boletos. Entre ellos, varios fanáticos de las provincias cercanas que se arribaron hasta Ñuñoa ante la encrucijada histórica que enfrentaba la Roja. Así, rápidamente quedó en claro que la jornada doble (con Perú vs. Uruguay como preliminar) se jugaría con el recinto a su máximo aforo.
Ante la situación, el alto mando de Carabineros ordenó que 700 efectivos se encargaran del orden y seguridad en la jornada futbolística, una cifra inédita en aquella época.
Todo eso, sin embargo, fue insuficiente, pues el público comenzó a aglomerarse frente a las rejas del coliseo. La presión aumentó minuto a minuto, pues se estima que en el momento neurálgico eran 20 mil los hinchas que esperaban la apertura de las puertas. Finalmente, una de las rejas cedió y casi en el mismo instante fueron abiertos los ingresos. El público comenzó a entrar en tropel y sobre la reja que estaba en el piso muchas personas se vieron atrapadas por la multitud. Nadie sabía qué pasaba y, según los relatos de testigos, sólo se escucharon los gritos de dolor y desesperación de quienes eran aplastados sin pausa ni misericordia.
Luego, ya dentro del estadio, la presión multitudinaria tuvo consecuencias adicionales, con la caída de una tribuna provisoria.
El saldo fue más que trágico. De lo peor que había y ha sucedido en un recinto deportivo nacional. Las cifras difieren según las versiones iniciales, pero el expediente final habla de siete  muertos, ocho heridos graves y cerca de 500 contusos. Zapatos y ropa en el piso, y sobre todo sangre, fueron las huellas luego de que las ambulancias, los enfermeros y la policía hicieran su trabajo.
Pese a todo, igualmente se disputaron los partidos. Perú venció 2-1 a Uruguay y Chile perdió 1-0 ante los argentinos, dejando escapar la opción de alcanzar el campeonato. A esas alturas, sin embargo, poco o nada de eso importaba, pese a que a los futbolistas sólo se les informó de las consecuencias de la tragedia luego de los encuentros.

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